En Cuclillas

Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar. Ya los ejércitos se cercan, las hordas (...)El nombre de una mujer me delata. Me duele una mujer en todo el cuerpo. (Borges)

22.3.07

¿ Una Ley de Igualdad ?

A España le ha nacido una novedosa ley que como todas en estos últimos tiempos, ha traído debajo del brazo no ya un pan, sino una nueva polémica que sitúa al conjunto de los partidos democráticos de un lado y al Partido Popular en el otro. Y sin embargo, como “ciudadana” –y lo expreso entre comillas ya explicaré porqué- no puedo dejar de sorprenderme ante el poco revuelo social que ha levantado. Yo esperaba, sinceramente, algo más que un desplante en el Congreso para no votarla.
Tenemos recién estrenada la Ley de Igualdad y no puedo dejar de preguntarme qué es lo que tenemos las mujeres que tan poquito importamos.

La ley de Igualdad constituye un gran avance en la lucha feminista por alcanzar la equidad hombre-mujer en el ámbito de lo público, aunque también es un paso hacia la conquista de lo privado. Pero a pesar de esta innegable conquista todavía hoy existe mucha gente que se cuestiona por qué se necesitaba una Ley de Igualdad en nuestro país. Me pregunto qué pensaría aquella Olimpia de Gouges que en plena Revolución Francesa, apunto de ser guillotinada por los mismos compañeros con los que había tomado La Bastilla, escribía “Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana” si comprobara que todavía al intentar legislar en materia de Mujer siempre parece que no es necesario, puesto que todo está conseguido.

La mayor polémica, por supuesto, surge cuando nos ponemos a hablar de paridad en listas de partidos o en Consejos de Administración de Empresas, es decir, cuando la Ley toca lo más sagrado: el Poder. Aquí surgen multitud de voces discordantes que todavía resuenan en mi cabeza “a mí no me parece del todo bien, yo no me siento discriminada por mis compañeros”, “las mujeres no necesitan/necesitamos listas cremalleras, debemos estar donde estamos por lo que valemos...” y demás. Lo cierto es que varios hechos chocan de manera frontal con estas opiniones. Las mujeres seguimos asumiendo las obligaciones familiares en su totalidad, lo cual dificulta enormemente el acceso a la función política, y seguimos estando fuera de los círculos de poder donde se deciden los ascensos o las promociones. En definitiva, seguimos teniendo que elegir entre vida familiar y laboral. El hecho en sí de situarnos ante una elección es ya una trampa de la Sociedad Patriarcal: no debe existir la posibilidad de optar por una u otra. Tenemos derecho a ambas.
Existe otra clave fundamental: las mujeres NO acceden a puestos en la política. Estos son los Datos del Informe anual de las Naciones Unidas de este año: “Según cifras de la Unión Interparlamentaria (UIP), de un total de 41.845 parlamentarios en el mundo, tan sólo el 14,6 por ciento son mujeres. En sólo siete países de todo el mundo, las mujeres ocupan más del 30% de los escaños parlamentarios (PNUD 2003) Tan sólo hay seis países en los que las mujeres ocupen un 30% o más de los cargos de nivel ministerial”.
Puesto que es un hecho cierto y objetivo hay que preguntarse por qué y poner soluciones al problema. Hablar del origen de la desigualdad resulta largo y fatigoso, pero debemos tener algo muy claro: la desigualdad existe, y se palpa en cada esquina de la Sociedad, y no podremos acabar con ella hasta que reconozcamos su existencia. No podemos debatir sobre la desigualdad de la mujer argumentando desde la individualidad o la propia experiencia personal, sino desde un punto de vista político. Y hacer política es participar de ella para conseguir el bien común. Hacer política de Igualdad es crear leyes como la que tenemos porque sabemos que las cifras de violencia hacia la mujer son innombrables, que la mujer constituye el setenta por ciento de los pobres del mundo, y cada año, son vendidas unos dos millones de niñas entre cinco y diez años para ser esclavas sexuales. Hacer política es crear leyes que garanticen la equidad de hombres y mujeres porque sabemos que no están en condición de igualdad, y aceptarlo implica darse cuenta de que el concepto de ciudadanía, como dice María Fdez Estrada, “está vacío de mujer”.
Pero un acceso de la Mujer al Poder supone un cambio normativo de la realidad y eso, asusta.

Esta ley – a mi entender cobarde por ejemplo, respecto al mutismo referido a la compra-venta del cuerpo de mujeres en nuestro país (1) - constituye sin embargo, un avance en forma de paso de gigante, porque nos ayuda a cada uno de los habitantes de España a ser algo que todavía no éramos: ciudadanos. La Democracia, esa palabra que va rodando de un lado para otro como si de un tanto en un partido de tenis se tratara, no debe ceñirse a la suma de partidos políticos y la posibilidad de votar (y lo nuestro nos costó…) (2) . La democracia es la representatividad del pueblo, y el pueblo lo forman hombres y mujeres. La paridad es un derecho que debe garantizar la democracia. ”La paridad garantiza el derecho civil de las mujeres a ser electas y también a representar políticamente a la ciudadanía. La paridad no es una concesión a la representatividad de las mujeres que dependa del voluntarismo de los partidos políticos, es un derecho que no puede ser alterado dependiendo de las circunstancias políticas exactamente igual que el derecho al voto y por ello debe ser registrado como derecho constitucional de las mujeres” (3) Es el derecho de las mujeres a elegir, pero también a ser elegidas. Hasta que esto no suceda, nos encontraremos con comportamientos como los que estamos oyendo ahora, que no son más que la resistencia incomprensible a corregir lo que no es sino un fallo de nuestro sistema democrático actual, que pone en tela de juicio de manera constante la legitimidad de la mujer a participar del propio juego democrático.

Virginia Gijón Herrera

(1) No es comprensible que una Ley de Igualdad no incluya un permiso de paternidad equiparable al de su compañera, pero es mucho menos comprensible que se pretenda la equidad hombre-mujer mientras permitimos que millones de ellas sufran violencia en lo que constituye la esclavitud del siglo XXI: La Prostitución. Rosario Carracedo, portavoz de la Plataforma por la Abolición de la Prostitución decía en Córdoba en Noviembre de 2003:“Diferenciar entre prostitución libre y voluntaria, contribuye a eclipsar el elemento esencial: que la prostitución en todos los casos y circunstancias es una práctica masculina idéntica que ratifica nuestro estatuto de desigualdad y legitima la aceptación y tolerancia de un mercado de cuerpos de mujeres al servicio y para consumo de los prostitudores (...) Si el problema sólo reside en la prostitución forzada, estamos implícitamente afirmando que aceptamos la prostitución, sin cuestionarla” Afortunadamente, hace unas semanas El Congreso no admitía la Regularización como una solución para la Prostitución, pero no se han pronunciado por el modelo Abolicionista, que pena la demanda y trata de reconstruir la realidad.
Esta Ley no ha tenido el valor de ser una Ley de Igualdad completa. La prostitución no es un valor para nuestra Sociedad y mientras siga existiendo se perpetuará irremediablemente el sistema de Desigualdad hombre-mujer.

(2) Clara Campoamor consiguió el voto para la mujer en 1931, tras una dura lucha dialéctica en el Parlamento. A pesar de conseguir el sufragio universal, es una figura que empieza a reconocerse ahora, en una muestra más de la cultura androcentrista que empapa también los libros de texto. Fue expulsada de las listas del Frente Popular –porque el patriarcado no entiende de derechas ni izquierdas- y vivió exiliada tras la Guerra Civil, muriendo en Suiza en 1972 sin que las autoridades franquistas le permitieran regresar. Escribió, entre otros: El derecho de la mujer en España (1931) y El voto femenino y yo: mi pecado mortal (1936)

(3) Alicia Miyares “La Paridad como derecho”.